Sobreviví a 3 Iglesias: testimonio de una práctica criminal en el nombre de dios
Atreyu Guerrero, de 37 años, es ingeniero de sistemas y profesor, vive en Estados Unidos desde hace 3 años y medio, se describe a sí mismo como noble de corazón, leal amigo, «nerd» y conservacionista de la naturaleza. Colecciona tazas y entre sus hobbies está la jardinería, la natación, la pintura acrílica de bustos y en lienzo, además es adicto a las series de ciencia ficción.
Nació y creció en un hogar cristiano muy conservador en la ciudad de Maracay, estado Aragua, Venezuela. A los 23 años, aún sin haber tenido contactos sexuales íntimos con ninguna persona, ya sabía de su atracción hacia otros varones, y decide contarle a su madre.
Atreyu cuenta cómo cambió inmediatamente el rostro de su madre y rompió en llanto, gritando y preguntándose qué había hecho mal. Desde ese día las cosas se hicieron cada vez más tensas. Su madre no paraba de llorar, le decía que estaba confundido, que era una etapa, que debía hacer deportes, cosas de hombres para cambiar. Le llevó posteriormente a, al menos, tres profesionales entre psicólogos y psiquiatras, dos de ellos le dijeron que ser homosexual era normal, que no había de qué preocuparse y, sin embargo, nada mejoraba para él.
La depresión lo invadía, vivía arrepentido de haber confesado tal cosa, más aún cuando un día al llegar a casa, su padre, quien hasta ese momento no sabía nada, le pregunta molesto:
- ¿Eres marico? ¿Sabes lo que eso significa?, Vas a morirte de SIDA, pronto vas a andar en tacones con peluca, trabajando en las calles, ¿Quién te reclutó?, ¿Quién te violó?, ¿Fueron tus tíos?, Te van a matar como a un famoso psicólogo de mi edificio que lo acribillaron entre cuatro carajos porque quiso armar una orgía para que se lo cogieran, lo amarraron, lo robaron y lo mataron por marico.
Cerró la conversación con el tristemente famoso:
- Esto lo vamos a arreglar. ¡Prefiero tener un hijo muerto que marico!
El dolor fue más fuerte que una paliza. Se fue al baño y consumió un frasco completo de Remerón. Despertó en un hospital donde además fue maltratado, revictimizado por el personal de salud, quienes ven el suicidio como «pecado». Solo el psicólogo del centro de salud le animó a ser feliz y aceptarse al saber de su caso.
Pocas semanas después de su salida del hospital la tensión persistía. Le llevan a un urólogo - sexólogo de nombre Pilar Blanco, quien le dijo:
- Ser homosexual no es malo, no se puede revertir, porque es lo que tú eres. Solo dale tiempo a tu madre y a ti mismo. Las cosas van a estar mejor.
Pero el ataque por parte de su familia no se detuvo. Poco tiempo después comenzó otra forma de tortura. La que practican muchas iglesias en estos casos de forma clandestina: las terapias de reversión, aversión o reconversión.
Fuerza de Búfalo fue la primera de estas crueles experiencias. Se trata de una red de iglesias evangélicas pentecostales internacionales, agrupadas bajo el nombre de: «Ministerio Apostólico Internacional de Liberación y Restauración», ubicada en Maracay entre calle Sucre y Av. Santos Michelena. Al sitio se llegaba subiendo unas escaleras y estaba decorado con cuernos de toro, estética que en principio se relaciona más rápido con lo demoníaco.
Al llegar le recibe una pastora cuyo nombre no puede recordar. Luego de conversar con su madre en privado, la sacerdotisa dio inicio a una especie de oración acostándole en una camilla boca abajo. Las oraciones se convirtieron en gritos y golpes en la espalda, cerca del cuello diciendo incoherencias y repitiendo cosas como:
- ¡Escupe, escupe, escupe todo el semen que has tragado por tu ano y por tu boca!
- ¡Demonio, todo hombre con quien has fornicado, arrepiéntete!
Con el tiempo supo que lo que tomó como incoherencias es un fenómeno común en esas iglesias al que llaman «hablar en lenguas», se supone que hablan otros idiomas, incluyendo lenguas de ángeles. No volví nunca más a ese lugar. No volvió nunca más a ese lugar.
La segunda experiencia de este tipo de violencia, fue en el «Ministerio Internacional Sanador Herido», liderado por la pastora Iris Chamakian, a donde le llevaron en, al menos, cuatro ocasiones; en medio de una fuerte depresión. Está ubicada en Los Teques, estado Miranda y se especializa en «curar» la homosexualidad bajo este slogan: «Hacia la Integridad Relacional, emocional y Sexual. Contra tendencias, adicciones, modas y anti-valores».
En el lugar les separan en grupos de varones y mujeres. Al grupo al que Atreyu asistía le daban charlas sobre la voluntad del dios bíblico judeo-cristiano y de cómo «elegimos» torcer su voluntad por medio del pecado del «homosexualismo».
Quien ofrecía las charlas era Israel Medina Torrealba, quien daba testimonio de su cambio como ex-homosexual:
- Yo también sufrí mucho, pero aquí estoy sirviendo a la voluntad de Dios, me estoy reparando, estoy empezando a sentir deseos por las mujeres.
Sin embargo, el grupo era diverso. Los testimonios no eran solo de homosexualidad, sino de delincuentes, trabajadoras sexuales, practicantes de santería, testimonios muy fuertes. Quienes se resistían eran castigados de formas crueles, por ejemplo, si decían que la homosexualidad es natural.
Atreyu se preguntaba por qué estaba allí y se mimetizaba para evitar ser castigado, diciendo que no pensaría más en masturbarse y que pensaría más en muchachas.
Hoy en día, Israel (el ponente cristiano ex-homosexual) vive en Chile, en efecto, rehízo su vida, vive con su pareja, dejó de mentirse y mentir a tantas personas: su pareja es otro varón. Es activista para evitar que estas iglesias sigan haciendo daño a jóvenes. Pidió disculpas a las personas que pudo contactar de quienes estuvieron en sus reuniones, pues fue una víctima más del sistema.
El tercer y último episodio de este ciclo inhumano de maltrato psicológico que experimentó Atreyu de la mano de su propia familia fue en «Visión G12», ubicada en la zona industrial de Turmero, estado Aragua, cuyo pastor principal es Darío Isea. Aquí igualmente separan a varones de mujeres, pero además separaban los grupos por su «condición particular»: homosexuales, delincuentes, adictos, trabajadores sexuales, etc.
Una de las «terapias» consistía en bañarse desnudos en colectivo con agua helada en espacios muy reducidos de manera que quedaban muy cerca unos de otros. El propósito, decían, era normalizar la desnudez del cuerpo masculino y observar si se erectaban. A quien esto le sucediera se lo llevaban, pero Atreyu no sabe qué les hacían, bajaba la mirada asustado durante el tiempo que duraba este proceso.
Otro ejercicio consistía en obligarles a escuchar discursos sobre lo que la biblia quiere para los varones: Un hombre cabeza de hogar. Repetían que el «homosexualismo» es muerte, promiscuidad, es SIDA, pecado, trae maldición, es ser rechazado, es quedarse solo sin familia ni amistades.
También hacen dinámicas en las que les ponen etiquetas con las palabras «promiscuo, enfermo de HIV, transexual, prostituto,… », y deben reemplazarlas por etiquetas conforme a la voluntad del dios bíblico judeo-cristiano: «padre de familia, hombre virtuoso, hombre de bien, varón de dios, entre otras».
La más cruel de las prácticas consiste en poner al grupo en círculo: un asistente en el centro y otros asistentes les rodean como hienas. Allí les obligan a gritar con todas las fuerzas sin parar, aunque se seque o duela la garganta, hasta ahogar pulmones y sea imposible respirar, hasta vomitar, o desmayarse.
Quien dejara de gritar recibía golpes en el cuello, le doblaban sus rodillas para que cayera al piso y le gritaban al oído:
- ¡Satanás debes gritar!
La tortura continuaba hasta verlos derrotados en el piso.
Al salir, le recibe la familia junto a un comité, gritando:
- ¡aleluya aquí vienen los hombres nuevos!
Atreyu estaba asustado, iracundo, lleno de odio, de resentimiento, pero le convencieron de continuar asistiendo, era muy dócil y se dejaba arrastrar por la culpa y la vergüenza que hacía sentir a su familia. Fue unas cuantas veces más a los servicios dominicales, hasta que ya no pudo más y decidió ser libre.
Comenzó a hacer activismo LGBTI, entre otras cosas, y dice no guardar resentimientos hacia su familia. A través de esta historia les dice a todos esos jóvenes que hoy están frágiles, sin ánimos de vivir porque han sido obligados a ir a esos lugares: ¡vamos a salir de eso!
Las terapias de reparación, conversión, reorientación, reversivas o aversivas de la homosexualidad son una práctica criminal violenta muy frecuente llevada a cabo por iglesias cristianas en su mayoría, pero también por personas tituladas en las carreras de psicología y psiquiatría sin escrúpulos ni ética, cuyas víctimas son generalmente obligadas por sus familias, lo que en muchas ocasiones las empuja al suicidio. No basta con librar una batalla de supervivencias contra un cis-tema socioculturalmente hetero-cis-sexual, que invisibiliza y niega nuestras existencias y dignidades, sino que además debemos sobrevivir a las consecuencias de pasar por situaciones tan traumáticas como las aquí expuestas.
En este sentido, insistimos en llamar a los colegios de Medicina, Psicología, Psiquiatría, a las instancias gubernamentales competentes en materia de salud mental y de seguridad ciudadana a que actúen sobre la base de la Constitución y el sistema internacional de derechos humanos para que no solo se prohíban este tipo de actividades, sino que se investiguen y condenen estos crímenes, que, en tanto de lesa humanidad, no prescriben.