La ideología de género y el control de los cuerpos: mecanismo de opresión en el ejercicio de la ciudadanía plena para la población LGBTI

Las personas homosexuales (gays y lesbianas), bisexuales, transgéneras, transexuales e intersexuales (LGBTI) existimos, no cabe la menor duda. Cohabitamos el planeta y en algunos casos accedemos al sistema educativo y económico-productivo de las naciones. Formamos parte de la población afrodescendiente, adultas mayores, personas con discapacidad, somos campesinas y campesinos, obreros y obreras, profesionales, taxistas, mototaxistas, docentes, médicos y médicas, investigadores, escritores, artistas, niños, niñas y adolescentes, de clase alta, media, baja, militamos en izquierdas y derechas, somos padres, madres, tíos, tías, vamos al parque, al cine, practicamos creencias religiosas, en fin, cada persona es de un modo u otro cercana a una persona LGBTI y sin embargo, en general no se habla de ello o se limitan a hacer referencia a lo buena gente que somos, lo especiales, lo cultas, lo buenas amigas que somos, y por qué no? Lo promiscuos/as, inestables y escandalosos/as, exagerados/as o graciosos/as que somos.

Y es que hablar de nosotros y nosotras, es un tema tan incómodo, que se nos señala como a “ellos” y “ellas” así, como si de algo distante se tratara. Resulta incómodo porque hablar de “este tema” conduce a un asunto aún más incómodo: la discriminación y la violencia que lleva a cuestas, nuestra fiel compañera desde temprana edad; quienes aún nos mantenemos en resistencia para poder contarlo sabemos cómo nos domina. No obstante, no es como hablar de la negada discriminación hacia afrodescendientes, o hacia personas con discapacidad, o judías, ¡no!... hablar de discriminación LGBTI es mucho más incómodo porque se ubica en el plano de los cuerpos sexuados, cuerpos-mentes-emociones reducidos a cuerpos, terrenos de placer, genitales y deseos con supuesta predestinación a encontrarse, condenados a la ingesta mutua, pero que se resisten, pues se trata de cuerpos en desobediencia.

La persona vive distintas formas de opresión individual o grupal y todas con base en hacer énfasis en las diferencias, bien sean estas biológicas (externas e internas), psicológicas, ideológicas, económicas o sociales, pero en lo que respecta a ser/nacer mujer (tener vagina, ovarios, óvulos, cromosomas XX y progesterona) o ser/nacer hombre (con testículos y pene, cromosomas XY y testosterona) y todos los significados que se construyen alrededor de esos cuerpos como un juego inocente y necesario que es avalado por la ciencia y sus explicaciones, es regulado por las leyes y sus aplicaciones y es sostenido por la educación y su poder de persuasión sobre lo que es de beneficio común. Este sistema en su conjunto sólo busca fortalecer los dogmas en los que se inspira para convertirse en mecanismos de control, poder y dominación que legitiman la existencia de cuerpos y funciones superiores e inferiores, buenos y malos, correctos e incorrectos, activos y pasivos, normales y anormales, privilegiados y excluidos perpetuando la estructura binaria.

En este contexto, el cuerpo femenino se ha asumido como un cuerpo secundario, un complemento, un utensilio, con la función receptora de la semilla masculina (conciencia de vasija, a merced de la obediencia) y la subsecuente procreación y cuidado de las crías, pues fue creado a partir de una costilla del hombre primogénito, un cuerpo superior hecho a imagen y semejanza de una deidad suprema.

Los cuerpos en desobediencia, son entonces aquellos que transgreden la filosofía del sacramento de los cuerpos, cuerpos-templo, donde no hay superioridad del cuerpo masculino sobre el femenino y desmiente esos significados tejidos alrededor, cuerpos que no sólo no asimilan la norma sino que la violentan.

Los cuerpos en desobediencia, donde lo masculino y lo femenino se entrelazan, se subvierten, se disipan junto a sus roles, entonces se construyen a partir del resquebrajamiento del sentido común, el deber ser, lo normal, la creación original, la naturaleza, los cuales solo son percibidos en cuanto que los cuerpos se constituyeron en objetos de vigilancia, receptores de una disciplina orientada a construir individuos modelo, y la sociedad se encarga de esta tarea partiendo del hogar, “la familia”, la educación, las iglesias, el trabajo, el Estado, los medios de comunicación y las leyes, todas ellas constituidas en instancias de poder y de reproducción de lo que denominamos convenciones sociales, que suponen un consenso de toda la población.

Desde estas instancias de dominación/opresión somos constantemente evaluados/as y corregidos/as desde el nacimiento al asignarnos nombres adecuados al sexo de nacimiento (pene/vagina), debiendo cumplir y acatar ciertas reglas y “valores”. Se nos obliga o prohíbe en todos los espacios de crecimiento y desarrollo y nada de esto es aislado, ni desvinculado entre sí, pues somos educados/as con un propósito estratégico: ser productores y reproductores del sistema que obedece a las estructuras de poder patriarcales y en consecuencia desigualitarias que se sostienen en quienes "no tienen el poder" (asumimos que cada quien en sí mismo es una instancia de poder, sujetos y objeto al mismo tiempo), pero que a su vez éstos son sostén de las luchas contrasistémicas.

Dicho de este modo, la producción y la reproducción de cuerpos normados y mentes silenciadas, olvidadas junto a sus deseos, es un pilar para generar la idea de que lo normal es lo que más se repite, lo común y castigar con invisibilidad, clandestinidad e ilegalidad a quienes transgreden la norma, y es entonces cuando la “ideología de género” se yergue, un aporte de la religión, como fuerza política de dominación a través del miedo, la culpa y la vergüenza y que ha demostrado ser la más sólida, duradera y fuerte del planeta.

La “ideología de género” plantea un debate en oposición a las “teorías de género”, estas últimas nacidas de las luchas reivindicativas por derechos civiles para personas sexualmente disidentes. Sustituye la palabra teoría por ideología con el fin de satanizarla. Es una campaña que da carácter de “natural” a la manera en que las distintas y más poderosas iglesias y religiones promueven los conceptos de hombre/mujer, masculinidad/feminidad y “la” familia como medida para el sostenimiento hegemónico del patriarcado y los controles de dominación a cuerpos femeninos desde la superioridad de los cuerpos masculinos, planteando que hay una sola manera de ser, existir y amar posible basada en la genitalidad de nuestros cuerpos, desconociendo la sinergia irreductible entre la mente como procesador de las percepciones corpóreas y que finalmente se expresan a través del mismo cuerpo.

Para la Ideología de Género, el término “género” se refiere exclusivamente a las funciones asignadas al varón y a la mujer en el contexto social donde el carácter sexuado de los cuerpos consiste en la masculinidad y feminidad como desempeños de base biológica y no pueden justificarse al margen del valor y del significado del propio cuerpo. El sexo genital es un valor indiscutible de la sexualidad humana, así como la reproducción, la paternidad y maternidad, soportadas en una estructura fija dual varón-mujer y masculino-femenino, existiendo entonces una relación inequívoca entre sexo y género que se afirma con la sentencia “Yo soy mi cuerpo” y el mismo no nos pertenece.

Esta ideología religiosa desmiente la privatización de los cuerpos como mecanismo de control, negando los derechos inherentes a este hecho. Reduce el cuerpo femenino a la maternidad, designa la masculinidad propiedad del hombre con pene y testículos y la feminidad a la mujer con vagina, ovarios y utero, así como las relaciones sexuales como un acto conyugal y no un acto natural de bienestar y placer. Lo que otorga carácter filial al cuerpo humano que cristaliza primero en el amor esponsal y después en el materno-paterno, donde el amor esponsal es complementario, pleno y verdadero sólo en la heterosexualidad. Desmintiendo realidades constatables como la existencia de personas transgéneras y transexuales, hombres y mujeres homosexuales o bisexuales, personas intersexuales y familias conformadas de formas distintas a las heterocissexuales.

Estos discursos se han permeado a través de la porosidad judeocristiana de nuestras sociedades imputándoles carácter de legalidad a través de constituciones y leyes.

Es importante entonces reconocer que el poder no es una fuerza externa a cada miembro de la ciudadanía, sino que somos parte, objetos y sujetos/as de transformación a través de la resistencia y es tarea de quienes asumiendo el derecho indiscutible de existir no en función de sus cuerpos y lo impreso disciplinariamente sobre ello, sino en lo que sentimos que somos, sin relegarnos a la idea de que nuestras sensaciones y percepciones son subalternas, y batallar a favor de la desgenitalización y no normalización del deseo, el placer, el amor, deconstruyendo el discurso dicotómico, binario y globalizado con espíritu de dominación, que reduce la vida digna a una existencia de opuestos como hombre/mujer, masculino/femenino, normal/anormal, bueno/malo, cuerpos educados/no educados, cuerpos civilizados/incivilizados, cuerpos naturalizados/ambiguos y la influencia que ejercen estos cuerpos en la socialización de los individuos.

Parte de esta tarea es dejar la invisibilidad que refuerza los mecanismos de coerción, aunque al emerger nos volvamos blanco de control marginándonos a espacios convertidos en guetos de vigilancia.

Por Giovanni Piermattei
Ponencia Presentada en la Bienal del Sur Capitulo Lara Evento Teórico el 20/07/2018 men el Museo de Barquisimeto